Comentario
SESION UNDECIMA
Dase noticia de la conducta del estado eclesiástico en todo
el Perú; de los graves desórdenes de su vida y, particularmente,
en los religiosos; de los alborotos y escándalos que
se promueven con el motivo de los capítulos
1. Esta sesión es el punto crítico de la relación de aquellos reinos, tanto por la naturaleza del objeto que reconoce por asunto, cuanto por la particularidad de sus materias, las cuales ni pueden dejar de tratarse con la veneración que es propia al estado de los sujetos de quienes se ha de hablar, ni fuera justo quedasen en silencio los desórdenes que en ello hay, pues siendo públicos allá, ni debe haber disimulación que los oculte a la inteligencia de los ministros, ni puede de otra suerte encontrarse la proporción de que se remedien o reformen, pues siendo estos [ministros] el más acertado conducto por donde el soberano se hace capaz del gobierno que tienen sus dominios, de la conducta de sus ministros particulares y jueces, y de la justicia con que viven sus vasallos, querérselo ocultar [a los ministros] sería desear que nunca llegase a la noticia del príncipe y que, por consiguiente, jamás se pudiesen corregir los desórdenes de los vasallos, lo cual era condescender en su existencia. Cuando no concurrieran en nosotros más circunstancias que la de súbditos, debería sernos excusable el introducirnos en este asunto, y aún lo sería también en todos los que comprenden las demás sesiones de esta relación, pero añadiéndose la poderosa [circunstancia] de habernos confiado, entre los otros encargos, el de examinar el gobierno y estado de aquellos reinos, sería delito, después de haberlo cumplido, omitir cualquier asunto de los comprendidos [en ese concepto]. Porque, aunque por la gravedad de los sujetos a quienes pertenece este [asunto], parece que se hacía acreedor a algún disimulo, bien por el contrario la misma gravedad está clamando por su remedio, y admite menos dispensación, pues en él se interesa la religión, la cual no consiente ninguna especie de condescendencia o excusa.
2. El estado eclesiástico del Perú debe dividirse en secular y regular; uno y otro viven tan licenciosamente, con tanto escándalo y tan a su voluntariedad, que, aunque hay flaquezas en todos los hombres y en todos los países yerros de la frágil naturaleza, en aquellos [reinos] no parece sino que es preciso instituto de los eclesiásticos el sobresalir a todos los demás [estados] en las pervertidas costumbres de su desarreglada vida, siendo en aquel que más debía contenerse, en quien la desenvoltura tiene mayor resolución y los vicios encuentran más cabida. Así se experimenta en los sujetos que componen las religiones, y siendo éstos los que, por sus institutos y circunstancias, habían de corregir los deslices de la fragilidad, son quienes, con el mal ejemplo de sus desórdenes, los fomentan y les dan apoyo.
3. Los eclesiásticos seculares viven mal, pero, o bien porque en éstos es menos notada cualquier flaqueza o porque con pudor procuran disimularlas, o por lo uno y por lo otro, que es lo más seguro, aunque las resultas no dejan de ser escandalosas, con todo no llegan al grado que las de los regulares, en quienes desde el primer paso que dan, aun sin salir de sus conventos, es tan notado y tan público [su mal comportamiento] que escandaliza y llena el ánimo de horror.
4. Entre los vicios que tienen entablado su valimiento en el Perú, como el más escandaloso y el más general, podrá tener la primacía el del concubinaje, en el cual están comprendidos europeos y criollos, solteros, casados, eclesiásticos, seculares y religiosos. Esta generalidad tan absoluta parece que se debe estimar efecto de un hipérbole, porque, no exceptuándose los de ningún estado, deja sospechas bastantes para que pueda vacilar, dudosa en su creencia, la razón, y debiendo satisfacer a ésta, a fin de que con solidez se tranquilice, procuraremos hacerlo con algunos ejemplos que den a entender completamente lo que sucede en este particular, y los citaremos conforme los pidiere el asunto.
5. Es tan común el vivir las gentes de aquellos países en continuo amancebamiento que en los pueblos reducidos llega a hacerse el haberlo de estar caso de honra, y así, cuando algún forastero de los que llegan a ellos y residen [en ellos] algún tiempo no entra en la costumbre del país, es notado, y atribuía su continencia no a tal virtud, sino a efecto de miseria y de economía, y creen que lo hace por no gastar. Recién llegados nosotros a la provincia de Quito pasamos con toda la compañía francesa a un campo, distante de aquella ciudad poco más de cuatro leguas, donde se había de medir la primera base para continuar después las demás observaciones, y para estar con más proximidad a nuestra incumbencia nos hospedamos en varias haciendas que ocupaban el tal llano, desde las cuales íbamos los días de fiesta al pueblo inmediato a oír misa. Después de haber estado allí algunos días, preguntaba la gente del pueblo a la de las mismas haciendas por nuestras concubinas, y como les dijeron que vivíamos solos, haciendo una grande admiración daban a entender la que allí les causa una cosa que, fuera de aquel país, es tan regular.
6. Siendo, pues tan común allí este vicio, no podrá ser extraño el que participen de él los que, por el estado [tomado], deberían conservarse exentos de él, porque un mal tan general se introduce con facilidad aun a aquellos que más procuran preservarse de su infestación, y quitado de la consideración el reparo que podría haber en la pérdida del honor, entra el envejecido uso de la mala costumbre, y hace que el pudor se olvide de sí y que el temor no reconozca sujeción alguna.
7. Las libertades con que viven en aquellos países los religiosos son tales que ellas mismas abren las puertas al desorden. En las ciudades grandes la mayor parte de ellos vive fuera de los conventos, en casas particulares, y los conventos sirven únicamente a aquellos que no tienen posibles para mantener una casa, a los coristas y novicios u otros semejantes que, voluntariamente, quieren mantenerse en ellos. Del mismo modo, en las ciudades pequeñas, en las villas o en los asientos, los conventos están sin clausura, y así en éstos viven los religiosos con las concubinas dentro de sus celdas, como en aquellas [ciudades] las mantienen en sus casas particulares con toda precisión, imitando a los hombres casados.
8. Para haber de vivir fuera de sus conventos, los religiosos de todas las órdenes (a excepción de la Compañía) necesitan tener alguna de estas circunstancias: o el hallarse proveídos en curato, o el haber comprado alguna hacienda con su caudal, o el haberla tomado en arrendamiento de las muchas que suelen tener sin cultivo los conventos; cualquiera de [estas circunstancias] es suficiente motivo para mantener casa en la ciudad, y siempre que se le ofrezca pasar a allá irá a vivir en ella y no al convento. Además de esto, los maestros graduados y los que han sido caracterizados con los primeros empleos de la religión, aunque por modo de instituto suelen regularmente residir en los conventos, suelen tener su casa particular en la ciudad, donde viven su concubina e hijos, y él asiste lo más del tiempo. Es esto con tal seguridad y desahogo que inmediatamente que adolecen de cualquier accidente se mudan de asiento a ellas para curarse, y dejan el convento; pero aun sin tanto motivo se están en ellas casi siempre, y sólo van al convento a decir misa o a aparecer en él a las horas que se les antoja.
9. Además de lo antecedente, es tan poco o ninguno el cuidado que ponen estos sujetos en disimular esta conducta, que parece que ellos mismos hacen alarde de publicar su incontinencia. Así lo dan a entender siempre que viajan, porque llevando consigo la concubina, hijos y criados, van publicando el desorden de su vida. Muchísimas veces los hemos encontrado por los caminos en esta forma, pero se nota con más singularidad en las ocasiones de capítulos, porque en ellas se ven entrar públicamente, con todas sus familias, los que concurren a ellos, o ya por tener voto, o por solicitar curatos, y después de concluido este acto salen de la misma manera los que van provistos a los otros conventos, o en los curatos vacantes. Ínterin que residimos en Quito, se ofreció la coyuntura de hacerse el capítulo en la religión de San Francisco, y con el motivo de vivir en aquel barrio tuvimos el de ver por menor todo lo que pasaba, y era que desde quince días antes de celebrarse el capítulo se hacía diversión el ver los religiosos que iban llegando a la ciudad con sus concubinas, y más de un mes después que el capítulo se concluyó, duró la de ver salir los que volvían a sus nuevos destinos. En esta misma ocasión, viviendo un religioso con toda su familia frente de la casa en donde estaba hospedado uno de nosotros, acertó a morírsele un hijo; aquel mismo día, a las dos de la tarde, fue toda la comunidad a cantarle un responso, y después le fue dando el pésame al doliente cada uno de por sí, lo cual se pudo ver tan completamente porque los balcones de la una casa correspondían enfrente de los de la otra, y no se perdía acción de las que se ejecutaban, acreditándolo además la publicidad.
10. Todo esto, que parece mucho, es nada en comparación de lo demás que sucede, siendo de suponer que apenas alguno se escapa de este desorden, ya sea viviendo en las casas de la ciudad, ya en las haciendas o ya en los propios curatos, porque igualmente en unos como en otros parajes viven con igual desahogo y libertad. Mas lo que se hace más notable es el que los conventos estén reducidos a públicos burdeles, como sucede en los de las poblaciones cortas, y que en las grandes pasen a ser teatros de abominaciones inauditas y de los más execrables vicios, de suerte que hacen titubear el ánimo sobre cuál sea su dictamen cerca de la religión o si viven con temor y conocimiento de la católica.
11. Con el pretexto de ser corto el número de sujetos en los conventos de las ciudades pequeñas o poblaciones cortas, deja de haber clausura en ellos, y entran y salen mujeres a todas horas porque son las que acuden a los ejercicios de guisar, lavar y asistir a los religiosos, de modo que las mujeres hacen oficio de legos. Al respecto mismo de éstas, entran y salen las concubinas a todas horas, sin que en ello haya embarazo ni que se haga reparable, en prueba de lo cual citaremos dos casos, que servirán [para] confirmarlo.
12. Hallándonos en una ocasión próximos a pasar de Cuenca a Quito, fuimos a uno de aquellos conventos a despedirnos de algunos religiosos conocidos; llegamos a la celda del primero y encontramos en ella tres mujeres mozas de buen parecer, un religioso y otro, accidentado y fuera de sentido, en una cama, que era en cuya busca íbamos; las mujeres le sahumaban y hacían algunas diligencias para que volviese en sí. Preguntamos al otro religioso la causa del accidente, y en breves palabras nos instruyó en que la una de las tres mujeres, [la] que más se acercaba al enfermo y daba señales de mayor sentimiento, era su manceba, con la cual había tenido un disgusto el día antes, y estando enojado con ella fue ésta con indiscreción a ponérsele delante en la iglesia de un convento de monjas donde estaba predicando y, arrebatándosele la cólera con el efecto de su vista, le acometió tan de improviso aquel accidente que, cayendo en el púlpito, no había podido proseguir el sermón ni volver en sí. De este principio tomó asunto el tal religioso para hacer un largo discurso sobre las pensiones de la vida, y lo concluyó haciéndonos partícipes de que las otras dos asistentes pertenecían la una a él y la otra al que hacía cabeza de la comunidad.
13. En otra ocasión, habiendo asistido uno de los individuos de la compañía francesa a un fandango de los muchos que [se] hacen allí continuamente, trabó conversación con una de las concurrentes, y llegando el caso de retirarse casi a media noche, se le ofreció el francés a acompañarla. Ella admitió la oferta y, sin decir nada, dirigió su camino a uno de los conventos de frailes; llegó a la portería y llamó. El francés no sabía qué pensar a todo esto, y lleno de confusión esperaba ver el fin del suceso, el cual reconoció en breve tiempo con no pequeña admiración, porque, habiendo abierto el portero, se despidió de él la mujer y se entró adentro, diciéndole ser aquella su casa y dándole las gracias por el acompañamiento. Puede considerarse la suspensión en que quedaría el sujeto francés, poco acostumbrado hasta entonces a semejantes lances y a tanta disolución, pero se continuaron después los que él y todos los demás experimentamos, que ya no los extrañábamos.
14. Si hubiéramos de referir todos los casos de esta especie que pasaron durante nuestra demora en aquellos países, sería forzoso un volumen crecido para ello, pero lo dicho hasta aquí podrá bastar para la comprensión de lo que aquello es, sin adelantar tanto que se ofenda la consideración en la noticia de tales sucesos trasladados al papel. Mas esto no podrá evitarnos la circunstancia de haber de continuar nuestro asunto, dando noticia de todo lo que corresponde a él.
15. La mayor parte de los desórdenes, o todos los que se cometen en los fandangos disolutos, que en los países de aquella América son tan comunes, como ya se ha dicho en la Historia del viaje, no parece que son sino invenciones del mismo maligno espíritu, que las sugiere para tener más esclavizadas a aquellas gentes; pero se hace sumamente extraño y aun increíble que la elección de instrumentos para ponerlas en obra y darles curso sea en la forma que allí se experimenta, y que causa repugnancia a toda razón. Estos fandangos o bailes son regularmente dispuestos por los individuos de las religiones o, para decirlo con más propiedad, por los que allí se llaman religiosos, no siéndolo. Estos hacen el costo, concurren ellos y, juntando a sus concubinas, arman la función en una de sus mismas casas; luego que empieza el baile empieza el desorden en la bebida del aguardiente y mistelas, y a proporción que se calientan las cabezas va transmutándose la diversión en deshonestidad y en acciones tan descompuestas y torpes que sería temeridad el quererlas referir o poca cautela el manchar la narración con tal obscenidad. Y así, dejándolas ocultas en la cárcel del silencio, nos contentaremos con decir que toda la malicia con que se quiera discurrir sobre este asunto, por grande que sea, no llegará a penetrar la [cuantía] en que se hallan encenagados aquellos pervertidos ánimos, ni será bastante para comprenderla. ¡Tanto es lo que sube allí de punto la disolución y la desenvoltura!
16. Con el pretexto de hacerse estas funciones en la casa de algunos de los religiosos, es bastante para que no haya justicia que se atreva a su sagrado, y aunque [van] disfrazados en hábitos de seglares los promotores del baile, basta la pública fama para que puedan éstos ser desconocidos. La confianza, pues, y la libertad de que ninguna justicia tendrá atrevimiento para entrar en estas casas ni jurisdicción para contener los desórdenes que se cometen en ellas, hace [que] se suelte enteramente la osadía y no haya términos en la disolución.
17. Lo más digno de notarse en los fandangos de que empezamos a tratar es que unos actos tales donde no hay culpa abominable que no se cometa ni indecencia que no se practique son con los que celebran allí las tomas de hábitos de religiosos, [y] las profesiones, y lo más particular es que festejen del mismo modo con ellos la celebridad de cantar la primera misa, la cual parece que es disponer este noviciado a los comprendidos para que según él tengan la vida después. Y tan bien parece que se aprovechan, tan puntualmente, de estos depravados documentos, que no se apartan en lo más mínimo de su observancia.
18. Haráse, sin duda, particular la singularidad de los sujetos que más se señalan en este desorden, pues es extraño no sólo el que las personas de un estado como el religioso concurran inconsiderablemente a los escándalos de los seglares, sino que sean ellos los que en alguna manera los inventan y los que dan la norma a los demás para tener una vida tan desastrada. Pero a esto no tenemos otra cosa con que poder satisfacer más que con la propia experiencia, con los sucesos y con la publicidad de los hechos, la cual es tanta que, heredando allí los hijos los nombres de los empleos distintivos de sus padres, se ven, no sin admiración, en una ciudad como Quito, una infinidad de provinciales de todas las regiones, priores, guardianes, lectores y, a este respecto, de cuantos ejercicios hay en la religión; de modo que los hijos conservan siempre, como títulos de honor, los de la dignidad de su padre, y en lo público casi no son conocidos por otros, siendo el motivo de esto que, muy por el contrario de hacerse vilipendioso entre aquellas gentes el conservar estos nombres distintivos, los tienen por honoríficos, y tanto más cuanto la dignidad del sujeto es mayor. De modo que, así como se gradúan por ésta las personas, del mismo modo lo están los hijos con el mérito de sus padres, y no atendiendo a la ilegitimidad ni al sacrilegio se tienen por felices en poder hacer ostentación de la mayor graduación de la dignidad, y así, ni en ellos causa el menor sonrojo, ni se puede extrañar el ser nombrados por el carácter que sus padres obtuvieron en la religión.
19. Lo antecedente parece que da bastante prueba de lo incauta que es esta vida en los religiosos, pues, a excepción de los libros bautismales, no se distingue la notoriedad de sus hijos de la de los demás. Ellos hacen vida maridable con las mujeres que toman para sí, sin que haya quien les vaya a la mano, y, perdida enteramente la vergüenza y el rubor, atropellan el sagrado de la prohibición, y aún parece que ésta causa en ellos más considerables efectos, no conteniéndose aún su viciosa inclinación dentro de los límites de una regular relajación, sino pasando al extremo de la disolución y del escándalo, y excediendo en todo a los seglares más desarreglados y menos contenidos.
20. Aquí puede hacerse extraño que los superiores de las religiones no pongan remedio en este punto, y que, [aún] cuando no les moviera otro celo que el del propio honor de las religiones, no lo hagan a lo menos con esta particular idea. Pero a esto no es difícil la respuesta, diciendo no la ejecutan así como parece justo, y son varias las causas que tienen para ello; tal es la de que, siendo abuso envejecido, no es fácil ya el contenerlo; tal el de que, no haciéndose ya escandaloso por lo muy regular que es en todos aquellos países, está recibido como costumbre. Pero lo más cierto es que les falta autoridad a los superiores para contener estos desórdenes, porque están tan comprendidos en ellos como los más inferiores, y siendo [en ellos] en quienes empieza el mal ejemplo, no puede haber cabimiento para que la reprensión procure con severidad dar a conocer la culpa al que la comete para que se corrija. En prueba de esto se verá lo sucedido sobre el particular por el caso siguiente.
21. Hallábase de cura en un pueblo de los de la provincia de Quito un religioso que en otras ocasiones había sido provincial de su religión, pero tan desarreglado en sus costumbres y tan perversas todas que tenía alborotado el pueblo con el exceso de sus escándalos y desórdenes, de modo que pasaron las quejas de los vecinos al presidente de Quito y al obispo, quienes a la repetición de instancias, no pudiendo disimularlas ya, reconvinieron con exhortos al provincial que entonces gobernaba, para que contuviese al religioso. Llamólo, pues, y pareciendo en su presencia le reconvino amistosamente con su edad avanzada, con su carácter y con otras cosas que le parecieron propias para conseguir de él que dejase aquella mala vida y no le diese ocasión de tener que sentir con el presidente y obispo por causa de sus excesos. El religioso lo estuvo oyendo con gran reposo, y luego que acabó el provincial tomó la palabra y, con la licencia que permite la mayor graduación y la confianza de amigos, con otras circunstancias que desvanecen enteramente las formalidades del respeto y de la subordinación, le dijo con mucho desenfado que si necesitaba el curato para algo sólo era para mantener a sus concubinas y para enamorar, porque por lo que tocaba a su persona, con una saco y una ración de refectorio tenía bastante para vivir, y así que si intentaba prohibirle las diversiones que tenía, podía guardarse su curato, que no lo necesitaba para nada. El, por fin, volvió al pueblo y continuó en su pervertida vida, lo mismo que antes.
22. Pero ¿qué reprensión podrá dar el superior a un súbdito en un delito que comprende a ambos igualmente y que, cuando llega el caso, van de compañeros a las casas de sus concubinas sin la menor reserva, pues tanto acuden a la del provincial a celebrar alguna función como a la de otro religioso particular? Así, allá ya no es extraño a los seglares este método de vida en los religiosos. Lo que les escandaliza son los ruidos que se ofrecen entre ellos y las concubinas, entre los hijos tenidos en una y los de otra, y entre las mismas mujeres que viven en esta corruptela, cuando no se contenía el religioso con una sola, y da celos a otra. De modo que rara vez faltan ruidos, los cuales, cuando sobrevienen en pueblos cortos, son más sensibles, con particularidad si llegan a hallarse mezclados en ellos los mismos vecindarios; también suelen provenir de la superioridad y mano que las concubinas y los hijos de los curas quieren tener sobre los del pueblo, avasallándolos y tratándolos con menosprecio o reduciéndolos a vida servil, como si fueran [sus] propios domésticos. Y a este respecto proceden no menos los escándalos, no de ver a un religioso cargado de hijos, ni de que viva con una mujer descubiertamente haciendo vida maridable, sino de los desórdenes o inquietudes que trae consigo una conducta, por todos títulos mala y desarreglada.
23. Aunque este desarreglo de vida comprende allá a eclesiásticos seculares y regulares, son los seculares más contenidos y no dan tanta nota. Y entre unos y otros no deja de haber algunos sujetos que vivan más ejemplarmente, pero bien examinados, son éstos aquellos hombres en quienes la adelantada edad ha dado ocasión para mudar la costumbre y reducirse a vida más regular, y suele suceder, en uno y otro que está retirado a buen vivir, el que esto sea después de estar cargado de hijos y de años, y ya por naturaleza vecino a la sepultura.
24. Todo el retiro de estos hombres reputados ya por ejemplares mediante su virtud , todas sus mortificaciones y ayunos quedan reducidos a vivir con continencia, sin comunicación de concubinas. Esto, que a la primera vista parece poco triunfo, lo es grandísimo si se considera que hay muchas personas en quienes concurren las mismas circunstancias y no por esto se separan de este vicio tal vez hasta el instante en que mueren. Muchísimos son los ejemplares que de ello pudiéramos citar, pero nos ceñiremos a uno que será bastante para comprobación de lo que queda dicho.
25. En el llano donde se hicieron las primeras operaciones correspondientes a la medida de la Tierra estaban varias haciendas pertenecientes a religiosos, y entre ellas una que administraba uno de éstos, tan caracterizado que había obtenido en varias ocasiones el empleo de provincial. Era esta hacienda tan cercana a otra en donde nos alojábamos que por la mayor inmediación la preferíamos muchas veces para ir a oír misa los días de precepto. Con esta comunicación tuvimos bastante motivo de saber lo que pasaba en ella y en las demás inmediatas, pero aún no era necesaria tanta para no ignorarlo, siendo cosas tan públicas que, al mismo tiempo que informaban a uno de los nombres y pertenencias de las haciendas, le hacían capaz de todas las circunstancias que concurrirían en su dueño, sin olvidar las de su estado y vida. Este religioso, pues, pasaba ya de los ochenta años, pero, con todo, hacía vida maridable con una concubina moza y de buen parecer, de suerte que ésta se equivocaba con las hijas del religioso tenidas en otras mujeres, porque ya era ésta la cuarta o quinta que había conocido de asiento, y como hubiese en casi todas tenido hijos, era un enjambre de ellos el que había, unos pequeños y otros grandes. Toda esta familia se ponía a oír misa en el oratorio, y la concubina actual en el lugar preeminente, haciendo cabeza. El religioso decía la misa, y uno de sus hijos se la ayudaba. Lo más digno de reparo es que, aun habiendo estado por tres veces sacramentado y a los últimos de su vida, no había sido posible conseguir que la hiciese retirar de su presencia, y por último, a la cuarta, murió, como dicen, en sus manos. Pero esto no debe hacerse extraño si se atiende lo que queda dicho antes: que los que enferman en sus conventos salen de ellos para curarse en sus casas, en las cuales se conservan al lado de las concubinas y asistidos por ellas mismas, hasta que sanan o mueren.
26. Los religiosos, y todos aquellos que no pueden desposarse por ser contrario a su estado, no sólo viven gozando del matrimonio, sino que llevan ventajas a los que verdaderamente están casados, porque tienen la libertad de mudar mujeres, ya sea cuando no convienen con el genio o cuando han perdido con la edad la hermosura. Y así lo practican siempre que se les antoja o que se les ofrece ocasión de mejorarse en ellas. A las que dejan suelen asignarlas un tanto de semana para que se mantengan, y esto les corre, ínterin que viven, cuando el religioso de quien dependen es sujeto de conveniencias y de graduación. De estos antecedentes se puede reflexionar el estado que tendrá allí la religión, la gravedad de los sacrilegios que se cometerán a vista de todo el mundo, la indecencia grande con que se celebrará el Divino Culto, y la poca o ninguna seguridad que habrá en la fe. Déjase todo esto a la prudencia del juicio, porque no fuera justo el avivar en ello la consideración para acrecentar el sentimiento que de ella debe originarse.
27. Sólo falta ahora examinar qué casta o especie de mujeres es la que concurre y se abandona a esta especie de ilícita comunicación, porque en ello no hay menos que extrañar que en lo que se ha dicho antes.
28. No es regular en aquellos países haber mujeres públicas o comunes, cuales las hay en todas las poblaciones grandes de Europa, y, por el mismo respecto, tampoco lo es el que las mujeres guarden la honestidad que es correspondiente a las que no se casan, de suerte que, sin haber rameras en aquellas ciudades, está la disolución en el más alto punto adonde puede llegar la imaginación. Porque toda la honradez consiste allí en no entregarse profanamente a la variedad de sujetos que las soliciten, y ejecutándolo señaladamente con uno u otro no es ni desdoro ni asunto para desmerecer. Así, sin reserva o repugnancia, condescienda en las solicitudes cuando son acompañadas de alguna prueba o seguridad en la permanencia, lo cual se reputa entre aquellas gentes, a poca diferencia, por lo mismo que el matrimonio, con sólo la diferencia de que en [éste] sólo la muerte puede ocasionar separación verdadera, y en [aquél] la hay a voluntad de los sujetos.
29. Ya se ha dado a entender en otras partes que lo más crecido de aquellos vecindarios se compone de mestizos y gente de castas; en unas ciudades son éstas provenidas de la mezcla de indios y españoles, y en otras, de españoles y negros, y de españoles, negros e indios. De unas y de otras castas van saliendo con el discurso del tiempo, de tal suerte que llegan a convertirse en blancos totalmente, de modo que en la mezcla de españoles e indios, a la segunda generación ya no se distinguen de los españoles en el color, no obstante que hasta la cuarta no se llaman españoles; en la mezcla de españoles y negros conservan más tiempo la oscuridad, y se distinguen hasta el cuarto grado, o a lo menos hasta el tercero. Estos se conocen por el nombre genérico de mulatos, aunque después se les agrega el distintivo de tercerones, cuarterones, etcétera, según su jerarquía.
30. Estas mestizas o mulatas, desde el segundo grado hasta el cuarto y quinto, se dan generalmente a la vida licenciosa, aunque entre ellas no [es] reputada por tal, mediante el que miran con indiferencia el estado de casarse con sujeto de su igual al de amancebarse; pero aún es tanta la corruptela de aquellos países, que tienen por más honorífico esto último cuando consiguen en ello las ventajas que no podrían lograr por medio del matrimonio. [No son] sólo las mujeres comprendidas en las clases de mestizas o mulatas las únicas que se mantienen en esta moda de vida, porque al mismo respecto entran en ellas las que, habiendo salido enteramente de la raza de indios o de negros, ya se reputan y están tenidas por españolas. Y a proporción que es más o menos sobresaliente la calidad de cada una, procuran asimismo no entregarse sino a personas de más jerarquía, de suerte que un sujeto graduado, o ya en lo político, o en lo civil, o en lo seglar, o en lo eclesiástico, es regular que se incline a una mujer española, y tal vez, sin reparar el agravio que hace a la familia, a alguna de un nacimiento distinguido; pero la demás gente que no tiene tantas circunstancias se contenta o se aplica a las que no están tan cerca de ser españolas, según la calidad de cada sujeto. De modo que en este particular se ofrecen dos circunstancias; la una, la que ya queda dicha tocante a la calidad, porque una mestiza en tercer grado tendrá a desdoro el entregarse a otro mestizo también en tercer grado, pero no a un español, y con particularidad si es europeo, porque en este caso ya se supone favorecida, y mucho más cuando concurren en él otras circunstancias que levantan su jerarquía; en segundo lugar, atienden a los posibles de los sujetos para que puedan mantenerlas con la decencia que corresponde a la calidad de ellas, y según es ésta, así se eleva más o menos la ostentación y la profanidad. Estando corrientes estas dos circunstancias, no hay dificultad en todo lo demás, porque después se reduce a un matrimonio clandestino, el cual dura diez, quince o veinte años, hasta que el sujeto muda de idea y sigue otra carrera, o reforma aquella misma tomando otra mujer, lo cual suele suceder muy de continuo.
31. Tan contrario es para el desdoro este método de vida, o que redunde perjuicio de él al honor o decoro de las mujeres o de los hombres, que se celebran los adelantamientos de los concubinos públicamente por las mujeres que les pertenecen, y cuando un religioso ha conseguido dignidad de las de su religión, recibe parabienes su concubina, como interesada en el nuevo honor. A proporción de éstas, todas las demás, como que en ello consiguen mayor ingreso, que es lo que desean.
32. Es regular ser los religiosos los que tengan más ventaja en cuanto a las circunstancias de las mujeres que se les entregan, naciendo esto de que, al paso que están en aptitud de conseguir mayores conveniencias, tienen menores motivos de expendios en sí propios, y por esto lo convierten todo en ellas, lo que ni sucede en los seglares ni en los demás eclesiásticos, porque unos y otros, aunque las mantengan, no es gastando en ello todo su caudal, como lo practican los religiosos, los cuales, como ellos mismos dicen, con un saco tienen concluidas todas sus galas, y todas sus obligaciones están ceñidas a las que ellos mismos se imponen. Con que todo cuanto agencian, ya fuera o ya dentro de la religión, lo convierten en estas mujeres y son el remedio de sus familias.
33. Los hijos e hijas de estos religiosos, por lo regular, siguen el método de vida que tuvieron sus padres, y en esta forma se van heredando las costumbres de unos en otros. No obstante suelen casarse algunas, y esto sucede cuando sus padres han tenido posibles para dotarlas sobresalientemente, en cuyo caso solicitan sujeto de singulares prendas que darlas en matrimonio. Y es muy regular que suelan procurarlas algún europeo o chapetón de los recién llegados, porque éstos, pobres entonces y brindándoseles una fortuna tan considerable como la de tales dotes, no reparan mucho en las demás circunstancias, que son poco notables en el país.
34. Faltando, pues, según se infiere de lo que queda dicho, en los hombres el escrúpulo o repugnancia de parte de la conciencia para retraerse de tal vida, y el pudor o recato en las mujeres para lo mismo, no se hará repugnable el que [el número de esta ente] sea tanta que apenas haya alguno que no se halle comprendido en ella. No nos adelantaremos, con todo, a decir tanto por no infamar con una nota tal a los que tal vez se hallen exentos de incurrirla, pero podremos asegurar que de varios sujetos que conocidos y tratamos por de vida quieta y cristiana, y los cuales para nuestro concepto estaban en el de que siempre habían vivido en la misma regularidad, el tiempo nos dio a conocer lo contrario, y con circunstancias tales que nos daban motivo para dudar después aún de aquellos que, en lo exterior, dejaban más evidentes señales de virtud.
35. Este desorden en el régimen de vida, así en seglares como en eclesiásticos, es general en todo el Perú, de tal modo que lo mismo practican en Quito, en Lima y en las demás ciudades, sin diferencia alguna, siendo la raíz universal de este daño el que, como todos aquellos países se conquistaron y poblaron con unas mismas gentes, los abusos que éstos introdujeron en los principios han cundido con igualdad en ellos y se han hecho generales.
36. Lo cual supuesto, y continuando el hilo de nuestra narración, pasaremos a [dar noticia] de los alborotos y ruidos que se causan con el motivo de los capítulos en todas las religiones en las Indias, a excepción de la Compañía, que por tener distinto gobierno no está comprendida en lo que tenemos dicho hasta aquí, ni en lo que se dijere de aquí adelante.
37. Son los capítulos que las religiones celebran en aquellas provincias del Perú no menos escandalosos que la vida de sus individuos, por los ruidos y alborotos que ocasionan. El origen de todo este daño proviene de lo muy apetecibles que son los empleos y dignidades de las religiones, y de esto se originan todos los demás extravíos que padece la conducta de sus individuos. De aquí [nace] el que atiendan poco o nada a la conservación y aumento de las misiones, el que no se empleen en sus legítimos fines de predicar y convertir infieles, que parezcan en público haciendo bandos de parcialidades, fomentando y acalorando más las discordias de los particulares, cuando deberían ser los que mediasen en ellas y los apaciguasen; de aquí también nace la vida pervertida, desarreglada y escandalosa que tienen todos, desde el primero hasta el menor y, últimamente, que no sean religiosos los que componen el cuerpo de las religiones.
38. Todo el objeto de las comunidades está fijado en la elección de provinciales y, aunque el interés sólo sería bastante a arrastrar del todo la atención, ya en los tiempos presentes se agregan otros motivos más, como lo es el de la alternativa entre europeos y criollos; y aunque es cierto que con ésta se trunca el progreso continuo de un partido, ella por sí causa más alborotos que los que pudiera ocasionar toda la religión junta sin alternativa. Consiste ésta en que un trienio sea gobernada la provincia por europeo o chapetón, y otro por criollo, y a este mismo respecto se provean todos los demás empleos de prioratos, guardianías y curatos. Pero no todas las religiones gozan este modo de gobierno, porque aunque en el primitivo tiempo de su fundación lo tenían, después se ha abolido el derecho, como sucede en Quito en las religiones de San Agustín y la Merced, y en Lima con la de Santo Domingo, las cuales, aunque en otros tiempos se gobernaron con alternativa, al presente no la tienen; antes bien, para que no llegue el caso de que se vuelva a restituir, en algunas religiones ni dan el hábito a ningún europeo que quiera tomarlo en ella, ni admiten a ninguno que siendo religioso vaya con patente para ser conventual allí, de cuyo modo están libres de peligro de que se entable nuevamente la alternativa. El haberse extinguido en estas religiones ha sido por falta de sujetos en quienes recaiga el provincialato, no obstante lo preciso de las constituciones que, con particular [previsión] en algunas religiones, previenen que en caso de no haber más que un lego europeo, siendo éste apto para recibir las órdenes, se le ordene y recaiga en él la elección de provincial. Pero sin tanta estrechez como ésta, disponen [las constituciones] en todas las [demás] religiones que habiendo sujeto europeo sacerdote, aunque le falten todas las demás circunstancias, sea elegido en virtud de la alternativa.
39. La institución de que hubiese esta alternativa en aquellas religiones fue muy acertada porque, sin duda, llevó el fin de que, con esta providencia, se mantuviese en ellas el honor y el lustre, consiguiéndose que los abusos y desórdenes introducidos en el trienio que gobernase la provincia [un] criollo, si acaso había algunos, se corrigiesen en el gobierno siguiente de chapetón, cuyo sujeto, siendo al parecer natural que conservase las costumbres y buen régimen de su noviciado y provincia matriz, lo sería asimismo, el que procurase entablarlas en la otra el tiempo que gobernase. Siendo su instituto y el carácter con que pasó [el europeo] a las Indias el de misionero, también parece natural el que pusiese toda su atención, cuando tuviese acción para ello, en fomentar las misiones, adelantarlas y, con celo y fervor, solicitase todos los medios que pudiesen contribuir a la conversión de los infieles. Si esto se practicara y fuera [tal] la ocupación y cuidado de los provinciales europeos cuando lo fuesen por alternativa, no hay duda que seria muy útil tal providencia y que, en tal caso, debería mandarse que precisamente hubiera de haberla en las religiones que ya la han perdido, pero no siendo así, sino muy por el contrario, sería conveniente extinguirla en todas las religiones, pues, para que sus individuos vivan desarregladamente con el escándalo que ya se ha dicho, no es necesario enviarles sujetos de España, porque ellos lo harán por sí, sin dar ocasión a que con el mal ejemplo se perviertan los que no lo están. Pero vamos a internarnos más en todas las causas de tal conducta [polarizada en los capítulos].
40. El usufructo que dejan los provincialatos es tan cuantioso que, con justa razón, se hace en aquellas partes más apetecible el empleo y más acreedor a las disputas, pues si directamente interesa con cuantiosas riquezas al que lo disfruta, facilita potestad y da medio para partir el ingreso, sin perjuicio propio, entre los de la facción, y como ninguno tiene a bien el verse excluido de coyuntura tan favorable, procuran todos arrimarse a aquellos sujetos en quienes tienen esperanza de conseguir el adelantamiento que pretenden. Y como a esto se agregue también la inclinación y afecto de cada uno, de aquí nace el que se dividan en varios partidos y, declarados cada uno por el sujeto de su facción, rompen la guerra civil entre los dos bandos y dura perpetuamente; porque, aunque [sea] perdidoso el uno, queda siempre esperanzado en la venganza, y así o no llega el caso de que se termine la discordia o es raro el que todos se unan y tengan tranquilidad.
41. Antes de celebrarse los capítulos, se publican, como es regular, en toda la provincia para que todos los que tienen voto, y los que no lo tienen, acudan a la ciudad en donde se celebra; y así, dejando los prioratos, las guardianías y los curatos, pasan a hallarse en el capítulo, a cuyo fin llevan consigo parte de las riquezas que han atesorado hasta entonces; de modo que si se le hubiera de dar el nombre que propiamente pertenece a esto, sería el de feria el que le convendría, porque tal es la que en disfraz de capítulo se celebra. Cada sujeto hace manifestación de sus caudales y se previene de amigos, para lograr con ellos lo que solicita después de concluido el capítulo.
42. Déjase considerar que donde los pretensores son muchos y las alhajas que se ferian no tantas, precisamente han de quedar algunos sin ninguna y que, previendo esto los interesados, se esforzarán todos a tener mayor valimiento, a fin de no ser de los excluidos. Con lo cual se acrecentarán los ruidos, serán más vivas las parcialidades y estarán convertidos aquellos conventos en teatros de confusión en donde la discordia, la enemistad y la ira reinan alentadas del viento de la contrariedad que tienen unos ánimos contra otros. Y como las desazones y ruidos que traen consigo estas alteraciones no pueden estar sigilosas dentro de los ánimos de los que las promueven, en breve se hacen comunes a los ciudadanos y se convierten en asunto público [y] se vuelven objeto de las principales conversaciones; y esto empieza tal vez desde seis u ocho meses antes que se haga el capítulo, pues con la misma anticipación lo tratan las comunidades. Así, cuando lo interior de éstas se arde, toda la ciudad participa del incendio, y no hay persona de alta o baja esfera que no se declare por alguno de los partidos, ni que deje de tener parte en el capítulo; y así viene a haber tanta pasión en los seglares como en los religiosos, pues, aunque es cierto que la falta de otros asuntos que sirvan allí de diversión da motivo a que se hagan recomendables en la estimación los más pequeños, en el que se va tratando no sucede lo mismo, porque además de que excede el método de empeñarse en él a los términos regulares de mera diversión o entretenimiento, hay el poderoso fundamento de que la pasión de aquellas gentes se mueve por el interés que tienen en los capítulos, y éste es el que gobierna sus ánimos y los reduce a los extremos de una fervorosa contienda.
43. Tienen los seglares varios motivos que los interesen en los capítulos porque, si bien se repara, unos lo están en que sus ahijados sean los que salgan con el lauro, para que logren conveniencias y sean de todos, y así, los gobernadores o presidentes y los oidores no son los que menos parte tienen en los capítulos; otros se interesan en los amigos, otros en los parientes y, por este temor, cada uno tiene lo bastante para no gozar de tranquilidad en el ínterin que duran los alborotos del capítulo. Por esto, si los religiosos cabilan dentro de sus conventos, no se duermen los seglares afuera, y tanto cuanto los unos maquinan para destroncar las fuerzas del partido contrario, lo apoyan los otros con la persuasión y con el consejo, y lo toman a su cargo para que se cumpla su efecto más completamente por medio de sus diligencias y eficacia. De esta forma se mantienen unos y otros sin que en todo aquel tiempo se oigan más conversaciones ni se trate de otro asunto que del capítulo, del partido que tiene cada bando, de la sinrazón del contrario, y de la justicia del de la inclinación o interés de cada sujeto. Llega el día de la función y empieza en él la votación, con la cual empiezan asimismo a declararse descubiertamente los que son de cada partido, entre los cuales votan cada uno por el suyo, como que cada cual desea que prevalezca su bando. Pero como no puede haber más que un provincial y son dos o tres los que lo pretenden, empieza el desorden, falta la obediencia y, sin ella, unos acuden al tribunal de la Audiencia, otros se valen del favor del virrey o presidente, otros empiezan ya a huir para Roma reclamando ante sus generales de la fuerza y, por último, es el virrey, el gobernador o las audiencias quienes hacen que prevalezca el partido que es de su facción, aunque no sea el más justo. Y aunque por entonces, con el destierro de unos y con la mortificación de otros de los que han sido de contrario partido, se tranquilizan alguna cosa, queda no obstante el encono ardiendo interiormente, y tan deseoso de conseguir venganza que, aunque avasallado enteramente, no por esto disimula el sentimiento, y así vuelven a reverdecer estas semillas en el capítulo siguiente, de modo que en ninguno se terminan, pues, aunque lleven buen despacho los que de uno y otro partido ocurren a Roma, y los generales se inclinen siempre al lado de la justicia, no basta esto para extinguir aquella cisma que una vez tomó cuerpo y llegó a apoderarse de los ánimos.
44. Las religiones con alternativa tienen mayores motivos para que estos ruidos sobrevengan en todos los capítulos, porque aun sin éste, tenían bastante con sólo las parcialidades entre criollos y chapetones, para estar en una continua guerra. Pero aun no habiendo esta circunstancia, son por el mismo tenor los alborotos en las religiones en donde se extinguió la alternativa, con sola la causa de los crecidos intereses que pertenecen al provincialato y otros que son anejos a este empleo, los cuales se llevan la atención de los sujetos. Y como cosa tan propia, redunda de ello todo el ruido, las pasiones desenfrenadas, las inclinaciones y demás cosas que se experimentan.
45. Concluido el capítulo, que consiste en hacer la elección del provincial, provee éste todos los demás empleos a su contemplación, o deja por la primera vez la acción al que acaba, cuando ha sido de su facción, de suerte que el elegido hace este obsequio al que lo elige y, bien sea uno o bien el otro, nombra priores o guardianes para todos los conventos de la provincia, prorroga a los curas sus curatos, los promueve o nombra otros en su lugar, todo lo cual le vale sumas muy crecidas. Porque del mismo modo que se ha dicho de las residencias de los corregidores, sucede con todos estos empleos que dan los provinciales, para los cuales hay arancel, según el cual está regulado lo que cada uno debe contribuir, sea con título de pensión, con el de limosna, con el de obsequio o con el que se le quisiere aplicar, porque con cualquiera de estos pretextos [se encubre el arancel, y] ya se sabe que no se provee empleo ninguno si no es precediendo la cantidad determinada, o la obligación de haberla de entregar cuando el mismo empleo haya rendido para ello. Aunque el nuevo provincial ceda en el que acaba el privilegio de proveer todos estos empleos, no por esto deja de valerle sumas muy crecidas lo que se provee en aquella ocasión, porque, además de las que los interesados dan al que les hace la gracia, obsequian también al que cede la acción para ello, y así quedan con un ingreso muy sobresaliente, pero no es éste comparable al que hacen después en las visitas y en el capítulo intermedio, que es de donde sacan el mayor usufructo.
46. En el capítulo intermedio, cuyo fin es el de proveer lo que estuviese vacante, se ha hecho ya costumbre de no practicarlo así, sino de proveer enteramente todo lo que pertenece a la provincia, y aunque sea en los mismos sujetos a quienes se les confirió en el capítulo, ha de ser precediendo la circunstancia de volver a contribuir con lo que está asignado por el valor de cada empleo, porque sin ello se daría por vacante y nombraría a otro en él. Con que, en propios términos, vienen a ser dos capítulos los que tiene cada provincial para su ingreso.
47. Además de las contribuciones que hacen los religiosos empleados al provincial, tanto al tiempo de ser nombrados como al de ser reelegidos, tienen las obvenciones de la visita, en la cual cada prior o guardián, cura y hacendero, tiene obligación de acudir con un tanto, que es como derecho de la visita y obsequio al mismo tiempo. Esto se entiende después de mantenerlo a él y a su familia, con el mayor regalo que es posible, todo el tiempo que se mantiene en aquel pueblo, y de costearle todo el viaje hasta llegar al inmediato.
48. A1 mismo tiempo que se proveen los empleos eclesiásticos de toda la provincia, da el provincial en arrendamiento, a aquellos religiosos que no han podido tener cabimiento en los curatos y son de su facción, las haciendas que pertenecen a la misma provincia, de las cuales saca también no pequeño usufructo, porque los conventos se mantienen con las demás rentas particulares que pertenecen a cada uno. De suerte que, junto todo, saca el provincial en su trienio cien mil pesos saneados y mucho más, según es el provincialato, pues los de San Francisco y Santo Domingo de Lima se regulan que pasa cada uno de 300 a 400 mil pesos, y a éste respecto son todos los demás de aquella provincia. Ahora pueden disculparse, a vista de unas utilidades tan crecidas, los ruidos, los alborotos, las inquietudes y los sobresaltos que se ocasionan a religiosos y a seglares sobre los capítulos, pues, bien considerado, no es para menos lo que se expone a perder o se va a ganar en salir victoriosos de tal lance, porque además de que el honor y el carácter es grande, excede a uno y a otro el atractivo de un interés tan crecido como el que va cifrado en la consecución de tales empleos.
49. Todo el obsequio con que los provinciales gratifican a los que han sido de su facción, consiste en preferirlos para los empleos mediando en ello el regular indulto, estipulado ya, lo cual no borra el mérito del obsequio, porque siempre lo es el darle a un sujeto cosa en que pueda sacar libres doce mil pesos, o más, en el tiempo que hubiere de [gozarlo], aunque él haya concurrido con tres o cuatro mil pesos por modo de regalo, o tal vez, como sucede muy regularmente, de lo mismo que el empleo usufructa, haga el obsequio al provincial.
50. Lo más digno de reparo en este particular será el que una religión como la de San Francisco, no escrupulice allí en manejar los talegos de mil pesos como si fueran maravedises o, más propiamente, como si fueran camándulas; que trate y haga su feria de guardianías y curatos como las demás (esto se entiende siendo todas las casas que hay en el Perú de observantes y de recoletos); que los provinciales saquen de su trienio sumas aún más cuantiosas que los provinciales de las otras religiones, porque es mayor el número de curatos que les pertenecen, y que, a proporción, los guardianes y curas sean ricos, tengan caudales muy saneados, mantengan casas particulares y, finalmente, que haya provinciales, y de todas las otras jerarquías, ricos, ostentosos y haciendo eco en las ciudades y poblaciones grandes, en donde viven.
51. Además del cuantioso caudal que los provinciales sacan del tiempo que lo son, les corresponde de derecho, gratuitamente, luego que han concluido su gobierno, una de las mejores guardianías o curatos de toda la provincia, lo cual se entiende por aquel que da más usufructo, y asimismo son árbitros para escoger para sí la hacienda de la provincia que les parece mejor y, pagando lo que es regular de su arrendamiento, gozarla como propia para poder vivir en ella. A estas conveniencias se les agregan otras de honor y de utilidad, tan sobresalientes todas que no les queda ninguna otra cosa que apetecer.
52. Vista ya la utilidad que tienen los religiosos de todas las órdenes (a exclusión de la Compañía) en las Indias, y que no se les ofrecen motivos en qué expenderla, se está declarando el impropio uso que le darán en mantener una vida perdida y una conducta extraviada. Así se ve que, entre los viciosos que hay en las Indias, sobresalen a toda suerte de sujetos los religiosos, porque si es en el uso de las mujeres, ningunos lo tienen más comúnmente, ni con más desenfado ni desahogo que ellos; si es en el hablar, causa horror el oírles, viendo desatadas sus lenguas y hechas instrumentos de la mayor torpeza y de la sensualidad; ellos juegan como ningunos, beben con más desorden que los seglares, y no hay vicio que les sea ajeno. Todo lo cual nace de la obra de conveniencias, pues, no teniendo en qué emplearlas ni en qué emplear el tiempo que les sobra, aplican uno y otro a los vicios, y en ellos viven hasta que mueren.
53. Siendo (como no hay duda) evidente que el grave desorden de [los religiosos] en todo el Perú nace de las crecidas sumas que los interesan, y que éstas provienen de los cuartos, podría remediarse con facilidad disponiendo que ningún cuarto (los cuales gozan ahora con título de doctrina) pudiese ser administrado por religiones, sino que todos se agregasen a los obispos y se proveyesen en clérigos, los cuales, por mal que traten a los indios, los tratan con mucha menor tiranía que los religiosos. Y es la razón porque no tienen que sufragar nada para que se les confieran los curatos y, una vez que les son conferidos, no están pensionados en la repetición de los obsequios a los provinciales para ser prorrogados, y así, mirando los curatos como cosa propia y con amor, no hostilizan en ellos como los que, para mantenerse, para solicitar otro mayor, o para quedar con suficiente caudal luego que expire su término, necesitan estrechar la feligresía hasta el último extremo, a fin de sacar lo más que el curato pueda dar de sí. Esto mismo, experimentado allí en las dos suertes o especies de curatos, unos de clérigos y otros de religiosos, aquéllos perpetuos y éstos no, aquéllos conferidos por el mérito de las oposiciones y de los sujetos y éstos por el de la cantidad que dan por ellos a los provinciales, nos ha dado motivo a reflexionar sobre los corregimientos y a ser del dictamen que dejamos ya expuesto en la sesión [cuarta] sobre el temor que nos parece debería guardarse en su proveimiento.
54. No se evitaría con la providencia de proveerse en clérigos todos los curatos, el escándalo que da la mala vida, porque la de éstos y la de los religiosos, en lo formal es tan depravada una como otra; en lo accidental, no obstante, hay mucha diferencia a favor de los clérigos, porque éstos, como ya se ha dicho, son más cautos, procuran disimular sus flaquezas, se nota en ellos más pudor y ni sus palabras son con tanta desenvoltura, ni sus acciones tan escandalosas, de modo que, para que bien se conozca la diferencia que hay entre la disolución de los religiosos y la fragilidad de los clérigos, diremos que éstos no son ni más disolutos ni más libres que los seglares, antes bien, si hay diferencia entre los dos estados, podrá aplicarse a los clérigos el mayor disimulo y cohonestación, pero los religiosos, por el contrario, en todas circunstancias exceden en mucho a los seglares. Y así, aunque enteramente no se consiguiese la reforma de unos abusos tan perniciosos, podría lograrse en parte y aun tenerse esperanzas de que, con el tiempo, y los buenos ministros y prelados que se enviasen, se fuesen desarraigando los vicios, y los abusos perdiendo el valimiento que ahora tienen, y tomando régimen razonable aquellos países. Y aun cuando no se lograse esto, ni en todo ni en parte, se conseguirían otras ventajas muy favorables al rey y a los vasallos, y tan precisas ya en los tiempos presentes que, sin ellas, no podrán tener gran subsistencia aquellos reinos o, por lo menos, no debe haber esperanza de que sus poblaciones se adelanten a los dilatados países que aún hoy no reconocen más soberano que la barbaridad de los indios, ni más dueño que las fieras.
55. A esta providencia puede objetarse que el poseer curatos las religiones es nacido de que, faltando clérigos para ocuparlos, se las repartieron aún después de haberlos dejado hecho renuncia de ellos las religiones. Pero esto tiene fácil respuesta, pues, ordenando seglares a título de "suficiencia" para los curatos, habrá los bastantes para ellos, quedando a la prudencia de los obispos el no ordenar más que aquéllos que pareciesen precisos para ocupar todos los curatos, porque el extenderse a más sería aumentar los clérigos con exceso, sin tener rentas que darles de pronto para que se mantuviesen; pero si se pretendía que para ordenarse hubiesen de tener ca-pellanías suficientes, en tal caso no sería de extrañar el que no hubiese tantos clérigos cuantos se necesitasen para todos los curatos. Esto no obstante, aun sin aumentar eclesiásticos a los que al presente habrá en cada provincia, si de repente se diese la providencia de que pasasen todos los curatos a ser administrados por clérigos, no faltarían los precisos para llenarlos, porque hay muchos atenidos sólo a la cortedad de sus capellanías y a la misa, por no tener cabimiento en los curatos.
56. Alegarán las religiones, si se intenta despojarlas de los curatos o doctrinas, que no hay razón para hacerlo, y que su derecho a los curatos es, sin comparación, mucho mayor que el de los clérigos, porque, desde los primitivos tiempos en que se hicieron las conquistas, han trabajado en la conversión de aquellas gentes y en su enseñanza, lo cual no se les puede contradecir, pero de entonces acá hay la diferencia de que en aquellos tiempos tenían los pueblos a su cargo para trabajar en ellos y sacar sólo el fruto espiritual, y al presente lo que trabajan es en buscar modos para adelantar más las hostilidades contra los indios y cómo han de sacar mayor ingreso, y con tal de que este fin se consiga, no atienden a nada más. Siendo, pues, tan sensible la diferencia, y habiendo declinado tanto del cumplimiento de su obligación y del buen fin con que se les encomendó aquel ministerio, parece [que] no hay embarazo en privarlos de los curatos o doctrina o, por decirlo mejor, de unas utilidades crecidas que ni les corresponden por su estado, ni les hacen falta, y no siendo éstas el curato ni doctrina, claro es que no se les priva de lo que les pertenece, [y] sí sólo de lo que se han ido apropiando. De modo que, bien mirado, no se hallará por ninguna parte razón que con formalidad se oponga a la separación que se debe hacer de los curatos a las religiones, y [sí] muchas y muy poderosas que obliguen a ello, y que graven la conciencia si, conociéndolo como remedio para evitar tanto daño, se deja de hacer por otros particulares fines.
57. Según se ha dicho, es la sobra de dinero en los religiosos quien les da ocasión para que tengan una vida pervertida y mala, y siendo cosa innegable que estamos obligados a evitar los pecados de los prójimos contra Dios cuando su remedio penda de nuestra mano, en ninguno parece que esta obligación será más grande que en aquel cuya naturaleza y circunstancias son tales que no admiten disimulación, y traen consigo las gravísimas consecuencias contra la religión que vamos a aclarar.
58. La mala vida de los curas admite menos disimulación en aquellos países que en otro alguno, porque siendo recién convertidos a la fe y llenos todavía de gentiles, en éstos, como en plantas nuevas y en quienes no están bien arraigadas los misterios de la fe, causa malísimos efectos el desorden de los mismos que les predican el Evangelio y les han de reprender los vicios; de modo que la religión se hace irrisible y menospreciable entre aquellas gentes, viendo que se les mandan guardar unos preceptos y el ejemplo les enseña totalmente lo contrario. Los efectos de este desordenado y escandaloso régimen se están dejando ver en todas aquellas gentes por el poco fruto que la religión ha hecho en ellas, y sus malas consecuencias se experimentan en la constancia de los indios gentiles a permanecer en los falsos ritos de su idolatría, porque instruidos, como ya se ha advertido en otra sesión, de todo lo que sucede entre los indios cristianos y reducidos a la obediencia de los españoles, ni la religión les da golpe, quedándose lo bueno de ella oculto a su conocimiento, ni el gobierno político se les hace apetecible. Uno y otro [defecto] se podría remediar con las disposiciones que llevamos prevenidas, y esperarse de ellas alguna mejora de costumbres y policía en aquellos países.
59. Al mismo tiempo que se diese nueva forma en los curatos, convendría el que se prohibiese con la mayor eficacia y penas, hasta la de privación, que en ellos no pudiese haber fiesta alguna de Iglesia hecha por los indios, sino que los curas hubiesen de hacer por obligación las regulares de parroquias, sin que los indios las costeasen ni contribuyesen a ellas más que con sus personas, y que, aunque los mismos indios quisiesen hacerlas, no lo consintiesen los curas por ningún motivo; que con ningún pretexto ni ocasión pudiesen admitir los curas, ni precisar a los indios a que les den camaricos si no es el del huevo y leña que deben llevar los días de doctrina, y que ni por los sermones de doctrina, ni por los panegíricos, pudiesen admitir los curas ningún estipendio con éste o con otro título, estando obligados, como debería imponérseles por orden especial, a predicarles en todos los domingos y días de precepto un sermón sobre el Evangelio, ciñéndolo a que hubiese de durar precisamente media hora, porque de no [ser así] serían sermones como los que en algunas ocasiones hemos oído en aquellos pueblos, los cuales darán a conocer, con el ejemplo siguiente, el sumo descuido con que tratan las materias de religión, que son las que piden allí mayor formalidad, particularmente para con los indios.
60. Habiendo concurrido a oír misa en un pueblo un día de fiesta, en la provincia de Quito, eran ya las dos de la tarde y todavía no pensaba el cura en ir a la iglesia y, valiéndonos de la amistad que había con él, le instábamos a que no se detuviese más tiempo, porque estando todos en ayunas, empezaba a hacerse sentir la hambre. Viendo él nuestra justicia y no pudiendo acelerarse porque aquel día había fiesta y procesión solemne y no se habían juntado hasta entonces los mayordomos y priostes, nos dio a entender que aquella tardanza se desquitaría después, porque en todo sería breve. Efectivamente, después de las dos y media de la tarde pasamos a la iglesia y, habiendo anotado en tres muestras a segundos la hora a que se empezó la función, apenas se cumplieron diecisiete minutos hasta quedar concluida, y en tan corto espacio, además de la ceremonia del aspersorio, hubo la misa solemne con música, acabado el Evangelio predicó el mismo cura el asunto de la festividad en lengua de los indios, concluyó la misa y, luego, hizo una procesión alrededor de la plaza del pueblo, con la cual quedó terminada la función. Ya puede considerarse la aceleración con que se haría todo, pues los diecisiete minutos casi no son bastantes para referirlo. En este corto intervalo ganó el cura lo muy bastante en la limosna de la misa, del sermón, su asistencia en la procesión, y otros adherentes, que todo junto, con el camarico, pasaría de cincuenta pesos.
61. Este es el método con que los curas enseñan a los indios y el [modo] en que se celebran las festividades que ellos costean, el cual es general en todos los curatos. El cura de que hemos hablado era clérigo de los más capaces que hay en toda la provincia de Quito, y de los que se preciaban de cumplir mejor con las obligaciones de su oficio. Considérese, pues, los que ponen en ello menos cuidado, de qué forma se portarán.
62. No negaremos que con despojar de los curatos a las religiones no se evitará enteramente el escándalo de los curas, pero será incomparablemente mucho menor por la más arreglada vida de los seculares eclesiásticos y su mayor dependencia del celo de los obispos. Y así, poniendo en ellos todos los curatos, se conseguirán dos cosas: una, contener las tiranías contra los indios, y otra, refrenar la disolución y aminorar el escándalo, [lo] que no será pequeño triunfo en unos países donde estos desórdenes pasan ya tanto de raya. Pero además de éstas, se lograrán otras ventajas muy favorables para aquellos países, y la principal será escusar el que todas las tierras, las fincas y los bienes, lleguen a entrar enteramente en poder de las religiones, que es lo que ya se experimenta en gran parte con no pequeño perjuicio de los seglares, que, atendido el bien de la república y su conservación, deberían gozarlas, como que son los que mantienen los reinos y las monarquías.
63. Aunque los religiosos expenden en las concubinas e hijos que tienen en ellas mucha parte de lo que adquieren, otra no menor entra en la misma religión, lo cual ha de suceder, precisamente, porque siendo medio para poder vivir fuera de los conventos el tener hacienda propia y casas en la ciudad o villa a donde pertenecen, luego que se hallan con caudal suficiente, procuran comprarlas y, como estas fincas vienen a recaer en la religión por fin del religioso, resultan ser tantas las fincas de una y otra especie que poseen, que seguramente puede decirse no haber, fuera de aquellas que gozan con entero dominio, alguna de las que pertenecen a particulares, sin estar gravada con varios censos, los cuales son tan considerables en muchas, que llegan a montar sus réditos más que lo que puede importar su arrendamiento.
64. Como recaen en las religiones todas estas haciendas, y los conventos no pueden dar cultivo a todas y poner en ellas la atención, las dan a censo a los particulares con el indulto de alguna corta cantidad. Pero esto es para tener su posesión más segura, porque así sacan de ellas tanto cuanto rinden sus tierras, y a veces sube de ello el importe de los censos, y los particulares que las compran de las comunidades es para cultivarlas y trabajar sin propia utilidad, pues lo regular es que ésta no corresponda ni aun al trabajo personal, pero las toman porque la necesidad les obliga a ello, mediante no tener otro recurso.
65. Las haciendas que dan a censo las religiones no son tampoco las más opulentas ni las mejores, sino aquellas que no pueden dar ganancias muy ventajosas, porque las buenas, las que son grandes y pueden usufructuar mucho, las reserva para sí la misma religión y, o bien las hace administrar por religiosos, o se las da en arrendamiento para que de este modo quede dentro de sus dependientes el útil. Y de cualquier modo, será muy rara o ninguna la hacienda en que no tengan las religiones derecho y usufructo, [y] lo mismo sucede con las casas. Y cada vez se les van unas y otras agregando, porque continuamente compran nuevas fincas los religiosos o se consolidan a la propiedad las dadas a censo, con que los seglares vienen a ser unos meros administradores de las fincas que poseen.
66. Para que mejor se conciba el estado en que están aquellos reinos por lo mucho que va entrando en las religiones continuamente, no es menester más que hacer juicio de las cuantiosas sumas que, con el motivo de los curatos, entran en los religiosos. Supóngase que la mitad de ellas, o las dos tercias partes, las expenden en la manutención y gastos de las concubinas e hijos, con que la otra mitad, o por lo menos la tercera parte, queda a beneficio del convento; ésta se ha de suponer empleada en fincas y, por precisión, han de ser tantas que, con el discurso del tiempo, no ha de haber ninguna que no recaiga en ellas. Esto es lo que ya se experimenta, pues, a excepción de los mayorazgos o vínculos, que no son en crecido número, todas las demás son feudos de las comunidades, con sola la diferencia de ser en unas mayor que en otras la pensión. Esta estrechez en que ya al presente se hallan los seglares, forzados a vivir y a mantenerse de lo que sobra a las religiones, o de lo que éstas desperdician, tiene tan dispuestos los ánimos de aquellas gentes contra ellas, que es de temer el que, con algún motivo, produzca novedades desgraciadas. Así lo dan a entender, siempre que la ocasión rodea la coyuntura de tratar de este asunto, y así lo declararon bastantemente cuando empezó la guerra contra Inglaterra, no recelándose de decir los más prudentes, los más capaces, y aún se lo oímos a varios eclesiásticos seglares, que con tal que los ingleses los dejasen vivir en la religión católica, sería felicidad para aquellos países, y la mayor que sus moradores podían apetecer, la de que esta nación se apoderase de ellos, porque con este medio saldrían de la sujeción de pechar a las religiones. Semejantes proposiciones dan bastante indicio de lo que sienten los ánimos, y no deben despreciarse, mayormente cuando en ello se interesa la quietud y seguridad de las provincias, y la ordenada proporción con que deben estar los miembros de una república.
67. Este daño no sucede con los eclesiásticos seglares, porque aunque entren en su poder muchas riquezas, están precisados a expenderlas casi todas, porque, además de los gastos regulares en los curas religiosos, es forzoso mantengan los correspondientes al vestuario, que en aquellos países son los más crecidos. Y así hay la diferencia de que los religiosos reducen todas sus galas a un poco de jerga o lanilla, cuando los clérigos, para parecer con una decencia regular y proporcionada a su calidad y posibles, necesitan terciopelo, tisúes, brocatos, telas ricas de seda, bordados y paños finos. Pero, aunque extra de estos gastos les sobre mucho y lo apliquen a haciendas, pasan éstas o las casas a los parientes, o se venden a dinero de contado, de modo que nunca está perjudicado el público aunque entren las fincas en poder de los eclesiásticos seglares, como [sucede] cuando recaen en las religiones. No se les hace perjuicio a las comunidades, privándoles de los curatos, más que en el uso de este derecho, que tan mal han sabido administrar, y en el interés de los particulares, porque ellas no se mantienen de lo que rinden los curatos, sino de las fincas propias que tiene cada casa o convento, con que es cierto que les sobra todo lo demás, cuyas sumas, siendo las mayores y no teniendo en qué expenderlas precisamente, les ha de dar ocasión a que abusen de ellas y vayan a ser el paradero de los vicios, la causa de los escándalos y de los alborotos y ruidos.
68. Como las comunidades son las que gozan unas rentas y utilidades más seguras y crecidas en aquellas partes, son el atractivo de la juventud española y aun de la mestiza blanca, porque, considerando el estado de religioso no como estado de mayor perfección, sino como carrera para adelantar honor con el carácter de los empleos, y para hacer riqueza con estos mismos, aplican los padres a sus hijos desde tiernos a él, sin más inclinación ni voluntad que la del uso y [la] de estar puesto en práctica el que se haga apreciable esta vida; porque en ella, una vez que falta el temor de Dios y el miramiento para con el público, no carecen de nada y, antes bien, les sobran conveniencias, de lo cual redundan los daños que llevamos dicho y el de que sobrando muchas mujeres, se haya llegado a hacer tan corriente el concubinato como si fuera cosa lícita y que no casándose tantos como pudieran, carezcan de adelantamiento las poblaciones, pues aunque de los concubinatos resulten muchos hijos, es menor siempre su número que el que habría si los que viven amancebados estuviesen casados y, sucesivamente, lo fuesen sus hijos. Porque, [además], la misma libertad que hay en los hombres para dejar una mujer, hay en éstas para no tener fijeza ni ceñirse a una voluntad, y de aquí proviene que muchas se esterilicen y que, abandonados los hijos de otras por la duda de sus padres y no haber quien los reconozca por tales, se mueran y pierdan; de todo lo cual es consiguiente el que no se aumenten a proporción de lo que debieran. Así lo da a entender la experiencia y es el sentir de los más célebres naturalistas que han especulizado el asunto de la aumentación de los pueblos, los cuales uniformemente aseguran que la poligamia los aminora y que el modo de conseguir su mayor acrecentamiento es ciñéndose los hombres y mujeres a vivir en el lazo del matrimonio. El doctor Arbuthnott no sólo apoya este sentir, sino que lo demuestra en una memoria presentada a la Real Sociedad de Londres, registrada al número 328, página 186, de los registros de la Real Sociedad, por la cual concluye en un [escolio] que la poligamia es contraria a la ley de la naturaleza y de la justicia, y a la propagación del linaje humano, porque, siendo los varones y las hembras en igual número (según demuestra él mismo), si un hombre toma veinte mujeres, por precisión ha de haber 19 hombres celibatos, lo cual repugna al designio de la naturaleza, y no es regular que 20 mujeres puedan ser tan bien fecundas a la propagación por un hombre, como por veinte.
69. La libertad con que se vive en el Perú tiene tanto de poligamia cuanto de desorden, porque si unos se ciñen a una sola mujer y viven constantemente con ella, otros varían frecuentemente, de modo que se deben tener todas las que usan por otras tantas concubinas, en cuyo caso incurre en la pluralidad, y con ésta no puede haber procreación correspondiente, extra de que siendo totalmente contrario al estado sacerdotal y al religioso el usar de una o de muchas, debe por todos títulos evitarse la causa que lo es del abuso.
70. Faltando a las comunidades los curatos, se estancan las riquezas que continuamente entran en ellas, y quedarán reducidas a las que les redituaren las haciendas y fincas que poseen al presente, las cuales, aunque bien grandes, son inferiores a las que consiguen por medio de los curatos, y no teniendo ya esta expectativa, serán muchos menos los que seguirán la carrera de las religiones, y otros tantos más los que tomarán el estado matrimonial. Porque se ha de suponer que cuantos intereses dejasen de entrar en las religiones, han de circular entre los seglares y, teniendo éstos los posibles necesarios para mantenerse, es natural que tomen estado, del cual, sin contradicción, ha de resultar aumento del gentío y engrandecimiento de las poblaciones. Esto es lo que se necesita para que aquellos países tomen opulencia y que, con la que tuvieren, crezcan los ánimos de sus moradores y se adelanten a poblar y hacer la conquista de los espaciosos territorios que se mantienen hasta el presente abandonados.
71. Los únicos curatos que se les debe dejar a las religiones son los de conversiones modernas, que son precisamente de misiones, pero esto ha de ser en la forma que queda dicho en la sesión octava, porque en las misiones no tienen ocasión de utilizarse como en los curatos, y es más propio del carácter religioso este ejercicio que el de curas. Pero cuando las religiones no quisiesen continuar en él con el fervor y celo que se debe, en tal caso podrían agregarse todas a la Compañía, que las admitiría con gran amor y con la eficacia que ha manifestado en los demás países de infieles que ha tomado a su cargo.
72. Hállase esta religión fuera de los desórdenes de que hasta aquí hemos hablado, porque su gobierno, diverso en todo al de las otras, no los consiente en sus individuos, como ni la poca religión, los escándalos y el extravío de conducta que es regular en los demás, y aunque quiera empezar a nacer alguna especie de abuso, lo purga y extingue enteramente el celo de un gobierno sabio, con el cual se reparan inmediatamente las flaquezas de la fragilidad. Y así brilla siempre la pureza en la religión [de la Compañía], la honestidad se hace carácter de sus individuos, y el fervor cristiano, hecho pregonero de la justicia y de la integridad, está publicando el honor con que se mantiene igual en todas partes, de modo que, comparados en parte o en el todo un jesuita del Perú, sea criollo o europeo, con el de otro reino (y deponiendo de él aquella inconsiderada pasión nacional, que es incorregible y general en aquellos países), podrán equivocarse, sin que se encuentre cosa que los distinga, y del mismo modo un colegio a una provincia de allá parece que, a cada instante del día, se transporta de Europa a aquellos países y acaba de llegar a ellos, según conservan en todo la formalidad del gobierno y la precisión de las buenas costumbres, como preciso instituto de la religión.
73. La inmediación al mucho vicio que hay en aquel país es preciso pervierta la conducta de algunos de sus individuos, pero inmediatamente que se percibe la falta se pone el reparo al daño, y por medio de la expulsión se mantiene siempre en un ser el estado de la religión. Por esta razón es muy común el ver expulsos de la Compañía en aquellos países con abundancia, y el verlos asimismo expulsar continuamente cuando la repetición de las amonestaciones y consejos no puede conseguir la total enmienda. Este es el único medio de lograr la integridad y el buen orden, y éste el de mantenerse sin que la corruptela entre haciendo destrozo en las buenas costumbres.
73 bis. Entre las expulsiones que hubo mientras estuvimos en aquellos países fue célebre la que hizo en la provincia de Quito el padre Andrés Zárate, visitador nombrado por Roma, que había pasado de España para apaciguar algunas inquietudes que había en ella. Este sujeto, digno de la mayor estimación por su mucha capacidad, por su virtud, justificación, integridad e inflexible proceder, halló la provincia de Quito tan decaída de su legítimo ser, que fue menester un sujeto de toda su eficacia y celo para volverla a levantar sin peligro. El fue haciendo la visita de los colegios, y aunque de pronto no era corregible todo el daño porque habían tomado demasiado vuelo los abusos, cortó las alas a los progresos del desorden con la expulsión de los más culpados, de modo que el ejemplar lastimoso de éstos hizo volver sobre sí a los demás, y que entrasen en su acostumbrado régimen, con lo cual puso la obediencia en el grado que le correspondía, contuvo las pasiones y desterró enteramente las malas semillas de los vicios, que se habían apoderado en parte de los ánimos; siendo, empero, de suponer que todo esto que entonces se reformó en la Compañía, aunque eran demasiados excesos en el orden de aquella religión, eran nada respecto de los desórdenes de las demás, pues apenas parece que se llegaban a traslucir los defectos, sin seguridad bastante de que fuesen culpas. Esto es para los de afuera, pues no hay duda que interiormente se descubrían las manchas, y por esto fue preciso limpiarlas, sacándolas en los que eran causa de ellas.
74. Con este remedio quedó otra vez la Compañía como en su primitivo ser, y el padre Andrés Zárate llevó adelante su obra no sin embarazos y dificultades, pues, como entre los culpados había europeos y criollos, y se interesaban los seglares en unos y en otros, ya por parentesco o ya por amistad, pretendían, con imprudente resolución, ponerles contra la visita, manteniéndose por ello inquietas las ciudades, y pasando los vecindarios a contradecir, por los medios de la violencia, la justicia que intentaba hacer en sus súbditos. Los prelados de las demás religiones, los ministros y los jueces, divididos también en partidos por este asunto, aunque la mayor parte [estaba] declarada contra la Compañía, daba fomento a los demás, y de tal suerte se enconaron todos contra la Compañía, que el padre Zárate y los demás del partido de la justicia experimentaron desaires repetidos, así de los que gobernaban lo político como de los que hacían cabeza en lo eclesiástico, y como si este visitador hubiera ido a proceder contra ellos mismos sin jurisdicción competente, así lo trataban, como hombre que caducaba, como temario y como voluntarioso. Pero ni los desaires, ni los peligros, ni el verse aborrecido y odiado de todos, ni el que escribiesen contra él a su general le atemorizó para que cediese un punto en su comisión, hasta dejarla concluida y perfeccionada, en cuyo tiempo no cesaron las demostraciones del despecho, y aun al [tiempo] de salir de Quito para restituirse a Europa le hicieron varias burlas, en las cuales, según se publicó y según el atrevimiento de los que las inventaron y su poca cautela, parece que consintieron sujetos de las primeras circunstancias; algunas de ellas las pusieron en ejecución, otras no, porque tuvo poder para contenerlas la madura reflexión de algunos que disuadieron [a los implicados]. Hasta este punto llegó la enemistad contra el padre Andrés Zárate, [y todo] porque procuraba castigar y contener los desórdenes de su religión, y cumplía en ello con la comisión que se le había dado.
75. Varios motivos había para que se introdujesen como interesados a embarazar esta obra los que no parecen serlo, seglares y religiones. Tales eran el hallarse mezclado el honor de los particulares en los desórdenes de los de la Compañía, según era público, y como tal no podía desatenderse de ello el visitador, y el solicitar los seglares, en los jesuitas sindicados, que no se les castigasen las culpas, de suerte que, entre unos y otros, había tales enredos que ellos mismos no eran capaces de entenderse. Los seglares, que no se interesaban tan inmediatamente, lo estaban unos por paisanos de los culpados, otros por amigos, y así todos pretendían que el visitador no inmutase nada, cuando su obligación le precisaba a lo contrario. Las otras religiones, disimulando en sí culpas mucho más crecidas, juzgaban a tiranía el expulsar a los sujetos, porque, como frágiles, habían caído en los yerros a que son propensos todos los hombres, y siendo la Compañía únicamente la religión que permanece en aquellas partes arreglada a razón y observando con puntualidad los preceptos de su instituto, pretendían en alguna manera que se le disimulasen a sus individuos aquellas faltas, para que poco a poco fuese perdiendo el lustre con que brilla sobre las demás, y quedasen todas iguales, para de esta suerte no tener el escozor de ver en otra la mejoría que les pueda servir de descrédito y de freno, pues lo más que en ella se nota son las divisiones que padecen de europeos y criollos y los disgustos que de ello se les originan interiormente, sin que con todo lo demás de su gobierno se note cosa que se haga reparable.
76. La Compañía no tiene curatos en aquellos reinos, a excepción de los que mantiene en el Paraguay y en las misiones del Marañón, y con [sólo] esto se mantiene en todas las ciudades con gran decencia, la cual es mucho mayor que la de las demás religiones; sus iglesias están muy adornadas y ricas; sus colegios, muy capaces, bien fabricados y decentes; sus roperías, abastecidas; sus refectorios, regalados; sus porterías, llenas de pobres, a quienes reparten limosnas, y con todo esto sus procuradurías están muy ricas de dinero, siendo así que, además de no tener curatos, no tiene esta región más haciendas que aquellas que cultiva por sí, no tiene censos sobre las demás de los particulares, ni sobre las fincas de las poblaciones, con que, sin gravar en nada al público, posee más riquezas y más seguras rentas que las otras. Lo cual consiste únicamente en la mejor administración de las que gozan, y en que ninguno disfruta de ellas más que lo preciso para su sustento y manutención, que es lo que no sucede en las demás religiones, aludiendo a lo cual está muy en práctica allí un refrán, y es decir, que los jesuitas van todos a una, y los de las otras religiones a uña.
77. Es innegable que la Compañía se ha hecho poderosa en las Indias y que goza riquezas muy crecidas, y aunque no perjudique tanto a los particulares, no obstante convendría también poner límites a sus rentas, pues lo que ha sucedido es que, con lo que unas fincas les han producido, han comprado otras, y ya en los tiempos presentes son suyas las principales y las más cuantiosas. De tal modo que una provincia como la de Quito, en paños, en azúcares, dulces, en quesos y en los frutos que producen las haciendas de la Compañía, hace unas sumas muy considerables anualmente; lo mismo sucede con la provincia de Lima, y a este respecto con todas las otras, y por esto son los padres de la Compañía los que dan la ley en todas aquellas ciudades sobre los precios de estos efectos. De lo cual puede concluirse que, aunque no perjudiquen a los particulares con las compras de estas haciendas, porque las hacen con dinero propio adquirido en sus propias fincas, con todo esto acrecientan sus rentas con demasía, y por este motivo se apropian todo o la mayor parte del comercio de géneros del país. Ya hace en ello perjuicio al público, en la sustracción de estas ganancias, las cuales están de más en la Compañía, porque le sobran después de haber mantenido, con toda decencia y comodidad, los colegios y todo lo que es correspondiente al divino culto y a los religiosos, debiendo estar en el conocimiento de que, fuera de las fincas de cada colegio para mantenerse, hay además en los colegios máximos una procuraduría particular de la provincia, y a ésta pertenecen todas aquellas fincas de provincia, de cuyos usufructos no se hace ningún expendio en los colegios, aunque lo necesiten y estén alcanzados, porque una vez asignadas las rentas que parecen necesarias para la subsistencia de cada uno, con aquello se ha de mantener y aun lo ha de adelantar, y todo lo que sobra se agrega a la provincia, de donde no vuelve a salir para expenderse en ninguno de aquellos colegios. Estas rentas de provincia son tan cre-cidas que en una como la de Quito, en donde la Compañía tiene diez colegios, exceden aún a las particulares que pertenecen a todos los colegios juntos, por cuyo tenor se deben regular las demás, con que se ve claramente que son muy crecidas las sumas que les sobran, y el expendio que les dan a éstas se ignora allá, porque no se les conoce ninguno. Con todo esto, debe ser más disimulable el que entren caudales tan crecidos en la Compañía que en las demás religiones, atendiendo a que no son adquiridos con tiranía ni extorsiones contra los indios; a que en cualquiera cosa que lo expendan es bueno el fin en que se emplea, porque allá no se les ha podido notar que destinen mal aún una pequeña parte de ello, y últimamente, considerando que es una religión muy útil y necesaria para el público, y que sirve en las repúblicas, lo que no sucede allí con las demás.
78. La religión de la Compañía sirve al público, y es de grande utilidad en aquellas ciudades, porque ella da escuela y enseñanza a la juventud; sus religiosos predican continuamente a los indios en días señalados de la semana, y los instruyen en la doctrina cristiana; asimismo hacen misión al público, tanto en las ciudades, villas y asientos, en donde tienen colegios, como en los pueblos donde no los hay, y continuamente se emplea su fervor en la corrección de los vicios. Los colegios son unas casas donde están depositados los operarios espirituales para el bien de todos, y cumplen este instituto con tanta puntualidad que a todas horas del día y de la noche están prontos a ir a las confesiones que los llaman fuera, o a ayudar a los que están en la agonía de la muerte, y así parece que, aún más obligados que los curas propios, acuden a estas obras piadosas con celo y eficacia nunca bien ponderado, y que, a vista de su mucho fervor y puntualidad, han descargado sobre ellos esta obligación los mismos a quienes les correspondía. Si, por otra parte, van a verse sus iglesias, se hallará en ellas el culto en su mayor auge, decencia y reverencia, y con tan buena distribución que a todas horas del día, hasta la regular por la mañana, se celebran misas, con cuya providencia tiene el público el beneficio de cumplir con el precepto los días de guarda y domingos, sin pérdida de tiempo ni detrimento; en fin, las iglesias de la Compañía se diferencian de todas las demás tanto en su mayor decencia, primor y adornos, cuanto en la mayor concurrencia de gente, que atrae así la devoción del Divino Culto y su continuo ejercicio.
79. Las demás religiones en nada contribuyen al público, porque ni predican a los indios ni instruyen en la doctrina más que a los de sus curatos o doctrinas, y esto lo hacen en la forma que ya se ha dicho. Si predican a los seglares es cuando media interés; no confiesan ni dentro de sus conventos ni se incomodan en ir a practicar esta caridad con los enfermos; no dan limosnas ningunas y, por último, cada religioso atiende a sus fines particulares y a sus propios intereses, mas no al de la obligación que tienen, con que sólo son para sí.
80. Parecerá, puede ser, que hablamos con pasión a favor de la Compañía en lo que decimos de esta religión respecto de las demás, pero para que se vea que nuestro juicio no lleva otra mira que la de la verdad, puede reconocerse lo que se ha dicho en la sesión octava, y dándose allí noticia de la conducta que guarda la Compañía en las misiones de su cargo, se conocerá bastantemente la imparcialidad e indiferencia con que procedemos. Esta es la que hemos seguido en todos [los] asuntos que se han tratado y la que correspondía a nuestra obligación y al buen celo con que deseamos ver restablecida en su legítimo trono la justicia y la religión.